domingo, 27 de septiembre de 2009

LUÍS XIV. H. Rigaud.


COMENTARIO DEL CUADRO LUIS XIV
DESCRIPCIÓN/ANÁLISIS
El Retrato del rey Luís XIV, pintado en 1701, es la obra más conocida del francés H. Rigaud. Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide casi tres metros de alto y casi dos de ancho. Se trata de un cuadro de representación, que pretende dar una imagen muy concreta del protagonista.
La figura del monarca aparece enmarcada por un espacio de gran solemnidad, como se aprecia en la nobleza del marco arquitectónico (en el que se entrevé una columna de mármol); y en la exuberante cortina carmesí con ribetes dorados.
En el centro de ese escenario vemos a Luís XIV, en una pose que ayuda a destacar su figura, que parece mirar hacia el espectador, distinguiéndole con altivez. La vestimenta y los objetos que le acompañan contribuyen a crear una imagen de superioridad. Luce sus ropas de coronación bordadas con la real flor de lis, que se extienden por el suelo en pesados pliegues. Destaca la minuciosidad y detalle de las vestiduras reales, con el manto forrado de armiño que repite el pliegue de la cortina, y el brocado de terciopelo azul, bordado con la flor de lis, que se imita en la tapicería del sillón y del cojín, y en el mantel de la mesa. Aparecen detalles que informan sobre la moda de la época, como son las zapatillas blancas con tacón alto y lazos rojos y la voluminosa peluca. Está acompañado por los atributos del poder: lleva a un lado la espada, y en la mano contraria, sostiene el cetro. La corona está detrás, sobre un cojín.
COMENTARIO
Estamos ante la imagen de uno de los protagonistas principales del siglo XVII y de toda una época, ya que Luís XIV es considerado como el símbolo de monarca absoluto. Era hijo del rey Luís XIII y de una infanta española, y se casó igualmente con una infanta española, María Teresa de Austria y su nieto Felipe pasó a ser rey de España con el título de Felipe V de Borbón.
Dueño de una personalidad megalómana, el conocido como Rey Sol (gustó mucho de identificarse con el dios Apolo), desarrolló una política exterior de grandeza que convirtió a Francia en la potencia europea de los siglos posteriores, sólo equiparable a Reino Unido. Sus sucesores trataron de mantener esa forma de actuar, que implicaba enormes gastos soportados por el Tercer Estado, hasta que la Revolución de 1789 acabó con la monarquía.
En el interior actuó como dueño absoluto de su país (hasta el punto de ser muy famosa su frase “El estado soy yo”). El absolutismo implicaba el dominio absoluto de un monarca, que justificaba su posición, entre otras razones, por el mandato divino. En la práctica ese poder no era tal, ya que los reyes tuvieron que aceptar el poder económico y social de los estamentos privilegiados; y la ineficacia de las administraciones antiguas impedían que su voluntad se ejerciera con rigor dentro de sus países.
Estamos por tanto ante una imagen que es una perfecta expresión de su época. Todos los atributos que acompañan a Luís XIV dan idea de su poder. Los propios pintores aún no tenían la consideración de artistas como en la actualidad, y debían ponerse al servicio de los más poderosos, como Rigaud, que contribuyó a crear la imagen del Rey Sol.

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